Nada ni nadie se mueve por Madrid. Contemplo con admiración cómo los estudiantes británicos siguen en pie de guerra por el masivo incremento de los precios de las matrículas. Hartos de recortes sociales para paliar la crisis que han provocado esos bancos que son los mismos a los que ahora rescatan, la juventud ha respondido con violencia y protesta a esos grandísimos Oreos.
Al mismo tiempo, observo con envidia como en Portugal se ha realizado esta misma semana una de las mayores huelgas generales de la historia. El país quedó practicamente paralizado ante la protesta organizada por los sindicatos, unidos por primera vez tras 22 años de divergencias.
Y miro pasmado y con resignación al panorama madrileño. La Universidad Complutense, antaño famosa por las ansias revolucionarias y lucha anti-sistema de sus estudiantes, se preocupa más de las sangriadas de los jueves, de los viajes de fin de curso y de las fotos que subieron el lunes pasado al Tuenti que de hacer algo en contra de este bucle sin fin en el que nos estamos (o nos están) metiendo.
No cabe duda de que algo se ha hecho mal para que hayamos llegado hasta esta situación, pero lo más triste es que esto no tiene visos de cambiar en un futuro próximo. Y deberíamos darnos cuenta de que este pasotismo por parte de la juventud nos puede salir muy caro en cuanto las sangriadas y los viajes se vean sustituidos por una cola del INEM.